El 20 de junio es el día Mundial de las Personas Refugiadas. Este año se conmemora con un carácter diferente. Nosotros, al igual que migrantes y refugiados, vivimos en primera persona una alerta que está cambiando nuestra forma de vida. Nuestro contexto actual puede facilitar la comprensión sobre la realidad cotidiana de millones de personas, muchas veces inimaginable.
El programa de acogida e integración de personas solicitantes de Protección Internacional y refugiadas es posible gracias al apoyo del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, el Fondo de Asilo, Migración e Integración y el Fondo Social Europeo.
Imagínate que lo que estamos viviendo hubiera pasado solo en nuestro país. Un buen día te levantas, escuchas por la radio que las fronteras se han cerrado, que un virus de origen desconocido está enfermando a miles de personas, que las urgencias están colapsadas y te instan a que no acudas al médico, al hospital o a tu centro de salud. Miras por la ventana y ves a la gente cargando con carros repletos de compra, apurando lo poco que queda en los supermercados ¡Algunos parecen haber conocido antes que yo la noticia!, piensas.
Los días pasan y por las calles cada vez ves a menos gente, solo a la policía, ambulancias y algunos militares que controlan los movimientos de los viandantes. La situación parece ir a peor. El virus sigue causando estragos. Sientes más miedo. Escuchas que algunas familias de tu entorno han abandonado sus viviendas. Una vecina te ha dicho que están pensando cruzar la frontera de forma clandestina, porque en Francia y en Portugal hay esperanzas de sobrevivir. Te lo estás pensando. No quieres dejarlo todo a la suerte. También tú quieres poner a salvo a los tuyos.
Esta historia es realidad - ficción. Pero el coronavirus es un hecho en todo el planeta y ningún país está libre de contagio. También esta historia es la constante para 80 millones de personas que se han visto obligadas a salir de sus hogares. Han tenido que marcharse a causa de la guerra, de la persecución política, por su condición sexual, por motivos religiosos o por hambre.
En 2019, más de 118 mil personas solicitaron protección internacional en España. En CESAL, desde 2017, atendemos a más de 350 personas que solicitan asilo. En estos datos no recogen a otros migrantes o personas vulnerables, que no cuentan con las condiciones mínimas de vida dignas.
En la actualidad, el 85% de quienes deciden migrar se concentra en países de renta media o baja, cercanos a sus lugares de origen, donde las condiciones de vida tampoco son las más adecuadas. En tiempos de coronavirus, quienes han salido de sus países se tienen que enfrentar a la pandemia en entornos con sistemas de salud débiles y a vivir en espacios hacinados, donde se han visto más expuestas al contagio y donde las medidas de higiene son una quimera.
El miedo y la incertidumbre que ahora vivimos nos recuerdan las historias que de forma recurrente escuchamos en CESAL, de las familias migrantes y de las que solicitan asilo en nuestro país. Y durante este tiempo, a las familias con las que trabajamos se les ha removido algo. Buscaban seguridad entre nosotros y la situación les ha evocado lo vivido en sus países de origen. Sus sentimientos nos unen, aunque las circunstancias sean muy distintas.
A Elisabet y María Alejandra les une el hecho de tener hijos que padecen autismo. Elisabet es española. Su marido se contagió con COVID-19 y tuvo que ser hospitalizado. Para ella no ha sido fácil matener a su hijo aislado. Para las personas con autismo mantener la rutina es vital y, en estos momentos, es lo más difícil de conseguir. Por su parte, María Alejandra, ya vivió esa sensación en Venezuela, la falta de recursos en su país la obligaron a salir para poner a salvo a sus dos hijos también con autismo.
El personal sanitario ha luchado incansablemente durante esta pandemia, como es el caso de Puri, enfermera, quien no dudó en ofrecerse en atender los casos de contagio por coronavirus que llegaban a IFEMA, en Madrid. “Allí pude ver la fragilidad humana y he vivido una gran desproporción”. Gleici, venezolana, también se sintió sobrepasada ante la persecución a su familia. En España, se ha formado como auxiliar de cuidados y durante esta crisis sanitaria no ha dudado en seguir cuidando a domicilio a personas ancianas.
Juan Pozuelo es cocinero, como Cristian. Juan vio paralizado su negocio por la pandemia y aprovechó para adaptar su restaurante ante la situación, con la esperanza de poder volver a la normalidad con seguridad cuando fuera posible. Cristian vivía en Colombia; las preocupaciones a las que tenía que enfrentarse cada día en su país le llevaron a la decisión de marcharse. Su esperanza era llegar a un país, como España, donde empezar una vida nueva con su familia. Cristian, de ser ayudado ha pasado a ponerse en primera línea a cocinar para las familias que ahora pueden comer a diario porque Cristian y sus compañeros de Villaverde elaboran 1.000 menús cada día.
Mousa es un periodista Sirio. Relata el dolor que le produjo tener que abandonarlo todo y huir. Jesús es un periodista español al que el COVI-19 le ha enseñado la importancia de responder unidos, como sociedad para salir fortalecidos y vencer.
Es posible que la pandemia nos haya enseñado que en un momento dado todos somos vulnerables, que nos unen preocupaciones y miedos, deseos y esperanzas, aunque las circunstancias sean distintas. Es posible que la forma de entender el sufrimiento humano se perciba mejor cuando vivimos en primera persona una dura experiencia como la actual. Ojalá consigamos salir más unidos, abrir nuestros brazos y nuestros corazones. Hablamos de nosotros y de los casi 80 millones de personas que hoy se encuentran fuera de sus países.
Aunque en estas semanas finaliza la desescalada en España, en CESAL seguimos trabajando para seguir desescalando el hambre y la falta de protección en la continúan sumidas millones de personas. Esto solo es posible si tú sigues con nosotros.
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